
Siguió al ingreso el cursillo, llamado así en diminutivo para que no nos asustemos. Ni todos los tropiezos fueron de los que pueden evitarse, aun desplegando la mayor asiduidad del mundo. Atribuyo este incidente siempre desagradable a la influencia maléfica de cierta posada donde me alojé por tentación del diablo. Indicaré algo de ella, para que me digan ustedes si Arquímedes en persona sería capaz de empollar en semejante madriguera. Hay todavía en Madrid tres o cuatro casas -verbigracia la de los Corralillos, la de los Cuartelillos, la de Tócame Roque- muy semejantes a la que voy a delinear. El cuarto tercero de la derecha había sido alquilado a Josefa Urrutia, vizcaína, ex doncella de la marquesa de Torres-Nobles, y ex doncella en otro sentido, por culpa de «uno de minas».
Al caer de las hojas - I - Los relojes habían dado, unos en pos de otros, las diez de la noche, con el bordoneo melancólico de las viejas campanas santiaguinas. La ciudad, iluminadas las calles centrales por grandes focos, presentaba el aspecto solitario y triste de ciudad muerta, en aquella noche de invierno en que los girones de neblina se arrastraban por los jardines del Congreso, entre pinos y palmeras, para envolver, luego, en la Plazuela, monumentos y columnas de bronce. Los focos parecían rodeados de nimbos de luz. Época Javier Aguirre; al llegar a la esquina de la Plaza con Estamento, se detuvo un momento.