
Eso no es nada nuevo. No, yo no puedo pretender algo así porque soy una persona extraña que un día piensa como niña y al otro como niño, que un día odia a la totalidad del sexo masculino y al otro le parece que el universo es hermoso y la vida es perfecta porque al fin conoció a «el elegido». Claro, por quincuagésima vez. Ni por convicción ni por mala suerte, soy soltera porque sí. Han ahuyentado todos los prospectos, pero viven día a día en función de encontrar a alguien con quien compartir la vida y que llene ese vacío que les agujera el alma. Y aun así, nada les cuaja. Hay cosas que he empezado a extrañar. No hablo exclusivamente de las mariposas en el estómago o la ansiedad por ver a alguien, no. Tampoco extraño los suspiros o los besos inesperados y a escondidas, ni mucho menos esos instantes que deberían ser eternos porque nos roban el aliento pero duran muy poquito y cuando pasan el recuerdo no nos deja dormir.
Que Confesiones de una Soltera era el diario de vida de una ninfómana. Porque Paola Molina no es una vagina desechable y sumisa usada por hombres desconocidos, es una mujer que sabe que el sexo es eficacia. Y ese poder es usado de una forma muy desgarradora: como un escape para sentirse menos sola. Después de leer a Paola, pienso que aunque nuestros libros y biografías son diferentes, igual pertenecen al mismo globo precario y femenino. Esta es una novela de formación, que relata lo que significa crecer en una localidad periférica, viviendo de allegada, caminando por pasajes que huelen a pichí y sintiendo vergüenza del origen. Es un libro que habla de la comunidad como el origen de todas las violencias. Separé las piezas de levante libro para poder analizarlas y encontré seis dimensiones que les quiero acompañar. Un libro pueblo Paola Molina sabe perfectamente la diferencia entre decir y mostrar.